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Cuando decides, has puesto el pie, has cruzado o avanzado al menos unos 15 cm.
No hay principio ni final en la duda o el desencanto.
Los árbitros del cambio - coincido en eso de que no hay más tiempo-espacio que el de la mente humana carcomida por el análisis continuo - suelen paradójicamente estancarse.
El cambio es el mago que sabe, el flujo mismo.
Hay una raza especial de esos magos que nunca dicen abracadabra porque ya saben (de la transformación implícita).
Cuando alguna vez íbamos a la escuela cruzando temprano por esa calle vacía, sabíamos que hacerlo era inútil, pero también que bastaba con no respirar lo que se oía. En esa parte de la memoria fuimos magos.
Después fuimos de a poco entrelazándonos mal, desorganizados y a destiempo masticamos la incomodidad, el resentimiento disfrazado de recuerdo, el concepto errático de santo, algunos modales, las bendiciones, los cumpleaños desaturados, la música improvisada, la verdad.
Viajamos, volvimos, elegimos nuevamente el principio para hacer girar todo otra vez... igual, hasta incorporar tozudos lo que insistentemente queríamos hacernos ver: que no hay más hombre en nosotros que el no calificado. Y que no hay más pasos que los indicados por nuestro zumbido. Que es propio y colectivo.
Ha habido hombres desordenados, solos, de a grupos, excitados, reflexivos, cantores, promulgadores de alguna falsa fe, sedentarios o metamórficos, lenguasucia, sanos, viles, desesperados, mal-esperanzados, sabios, silenciosos, y los que de a poco empiezan a oírse entre sí y se mueven como abejas.